Título:
Cuando el pasado te alcanza desde una foto
Introducción:
Hay días en los que, sin pensarlo, algo tan cotidiano como abrir una red social olvidada nos sacude. Nos lleva a lugares que creíamos cerrados. A nombres, rostros y emociones que dormían en la memoria. Eso me pasó hoy. Lo que empezó como un simple acto de aburrimiento, terminó siendo una reflexión profunda sobre el tiempo, la vida, y todo lo que dejamos atrás sin darnos cuenta.
Cuerpo del texto:
Hoy, por puro azar —o quizá por algo más—, abrí Facebook. Una red que casi ya no visito, como una casa vieja a la que uno deja de ir. Movido por el aburrimiento, empecé a mirar perfiles antiguos. En una foto cualquiera, me detuve. Entré a los comentarios, y de pronto, nombres y rostros comenzaron a despertar en mi memoria. Caras de hace diez años o más. Voces que ya no escucho. Vidas que una vez rozaron la mía.
Cada perfil era como una puerta que se abría a un tiempo distinto. Entraba a uno, luego a otro, y así, como en una especie de cadena invisible, fui recorriendo recuerdos. Hasta que una noticia me detuvo en seco: alguien que conocí entonces había fallecido en 2020. No éramos amigos. Quizás incluso hubo cierta enemistad… pero la muerte no discrimina afectos. Y aunque no dolió como la pérdida de un ser querido, sí dejó una sensación rara, esa que queda cuando algo que parecía lejano, de pronto se vuelve real.
Seguí mirando. Más fotos, más personas. Algunos con familia ya formada, otros aún buscando su lugar. Estudiantes, trabajadores, soñadores. Y yo ahí, observando todo desde una pantalla, sintiendo cómo la nostalgia me apretaba el pecho.
Es duro aceptar que el tiempo no se detiene, que nos arrastra sin pedir permiso. Cada quien con su propio viaje, con sus propios cruces, heridas y logros. Pensé, por un instante, en cómo habría sido mi vida si me hubiese quedado a estudiar en Chota. Otros amigos, otros caminos. Tal vez otros dolores, otras alegrías. Nunca lo sabré. Pero es curioso cómo un simple clic puede hacerte cuestionar tantas cosas.
Lo cierto es que cada persona que conocimos, aunque haya sido por poco tiempo, guarda una historia. Días buenos, días grises, días que marcaron. Al final, todos cargamos batallas que nadie ve. Y aún así, la vida sigue, imparable, llevándonos a conocer más gente, a vivir nuevas cosas, a soltar y agarrar con la misma intensidad.
Hoy entendí —o recordé— que cada pequeño gesto, cada decisión, puede cambiar por completo lo que el destino tiene para nosotros. Vivamos entonces. Valoremos a los que aún están. Disfrutemos las conversaciones simples, los abrazos espontáneos, los silencios compartidos.
Porque al final, la vida no avisa cuándo será la última vez que veremos a alguien… pero sí nos da, todos los días, la oportunidad de hacer que valga la pena.